En un
mes exacto espero estar cumpliendo 37 años, de los cuales me acompañaste 12 de
ellos, exactamente hace un mes que te fuiste a tus 16. Estuviste conmigo una
tercera parte de mí vida, eres la relación afectiva más larga después de mi
familia.
Ahora
recuerdo que siempre repito lo mucho que me sorprende la velocidad con la cual
se nos va el tiempo llevándose todo lo que amamos. No lo digo por ti, tú
partida fue una negociación en la que puedo decir que fui yo quien le ganó el
pulso al tiempo: comprobé que es posible detenerlo, estacionarse en un punto y
ver como todo pasa mientras uno flota, mudo, conteniendo la respiración
abrazándose a lo inevitable, a la arremetida del atropello de lo incontenible.
Así me aferré a ti y me habría quedado catatónico sosteniéndote la mirada e
ignorando el afuera si vencido por mi egoísmo no te dejo ir.
Esta
carta no es para ajustar cuentas, no te quedé debiendo nada, ni tú a mí. Te di las
gracias por lo que me diste y yo te entregué una parte de mi alma que no podrá
nada ni nadie devolverme. Te disfruté cuanto pude y así mismo hiciste lo
propio. Diste lo que pudiste y fue suficiente. Dedicaste cada instante de tu
vida a sanar mis heridas cuando las tuve, a hacerme feliz cuando fue preciso; desde
tus alcances por supuesto, me mantuviste cuerdo cuando me fui y ahí estuviste también
para abstraerme. Las cosas que me enseñaste no tienen valor, no pudiste eso sí,
revivir mi confianza en el ser humano, y eso no es un reproche, al contrario,
eso me ha permitido estar a salvo de muchas personas y principalmente de mí,
que he intentado confiar de nuevo.
“Estamos
perdidos, fracasamos como sociedad, el hombre que conocimos en los libros ha
muerto, ahora solo queda la máquina, y la selfie
maldita sea”, me veías escribir hasta el alba y tú ahí, velando mis insomnios,
escuchando mis denuncias y reclamos, mis interlocuciones con Néstor en la Radio
que no me respondió nunca, viéndome regar las matas, tararear canciones de
Calamaro y sobre todo una, solo una de Sabina, balbucear entonaciones teatrales
del poema eterno de Daniel Jiménez Bejarano, y enloqueciendo con el aroma
adictivo del café. Solo te bastaba echarte a mis pies y ya estaba, obtenías tu paraíso:
mi dedo en tu frente, una pelota de tenis, un mango biche, o solo un rinconcito
de mi cuarto para verme dar vueltas mientras soñaba con ausencias buscadas, ganadas
y castigadas.
Qué difícil
resultó a mis escasos amores entender mi devoción por ti. Mi neurótico habito
de alimentarte a horas exactas -6 aeme y 9 peeme- aunque fuera domingo; al
igual que tus paseos cotidianos, los mismos que muchas veces les negaron la
posibilidad de andar callejeando. “No puedo… ¿y quién va a alimentar y pasear
la perra?”, se hizo mi Leit Motiv sin
que me asaltara ninguna culpa. Más me dolieron las veces que tardé en llegar y
tuviste que aguantar las ganas de ir al W.C.
“Eres
pesimista de vocación y un inconforme por convicción, así que mueres poco a
poco cada día”, me dijo una vez una amiga que tú y yo tenemos en común, a propósito,
no le he dicho de tu partida, y que no vamos a poder presentarte con su hijo perruno
Máximo. (¡Lo siento, Caro, por no contarte! Pero Peggy murió el 23 de agosto y
me parece que el 26 cuando ya me estaba pasando el aturdimiento y algo reaccionaba
se estaba celebrando el día del perro y no quise arruinarle a ningún amigo papá
perruno su felicidad, menos a ti, que ese día vi en las fotos que celebrabas
con tu loquillo).
No solo
no le conté a ella de tu partida, mi Peggy, mi eterna Brunelda; a nadie le
conté. Me llené de un sentimiento de vergüenza muy extraño. Como si yo fuera
culpable de tu muerte por haber decidido que era justa para ti la “eutanasia
humanitaria”, como amablemente lo denominó el médico veterinario. Me escondí de
los vecinos que sabían que estabas en la clínica y que días antes habían
preguntado por ti. Para pasear a Jerónimo madrugué y trasnoché para evadir las
preguntas que me hicieran hablar de lo que había pasado. Mamá, que además
estaba de cumpleaños la pobre vieja, me preguntó que “en cuál clínica era donde
habían matado la perrita”, imagínate. Y yo vuelto mierda.
Jerónimo
te extraña mucho. Ha adelgazado mucho, más de lo que es, ahora no parece perro
salchicha sino un “cabanito” el pobre. Los primeros días de tu ausencia se
deprimió mucho, te buscaba por la casa, te olía y sentía la presencia, así que
limpié todo muy bien con lejía para que ya no estuviera extrañándote más, pero
fue inútil. Afortunadamente Julie quiso llevárselo a su casa casi tres semanas,
ella se va del país y quería despedirse de él, me pareció muy buena idea
pensando que si cambiaba de ambiente se iba a entretener y no le harías tanta
falta: regresó más flaco aún, ¡podrás creerlo!, pero por lo menos come, antes
de irse estas tres semanas no estaba comiendo casi nada.
A tu
primera mamá, Alejandra, le conté lo que había pasado y se puso muy triste,
aunque me dijo una cosa muy bonita, algo así como que sabía que tu vida y partida
había sido tranquila y feliz, pues habías tenido un papá chévere… en algo similar
coincidió tu segunda mamá, Julie, que se le partió el corazón porque ella si
sabe a ciencia cierta lo que para mí significabas, tal vez la que más sufrió mi
amor por ti. Mira que de novios me salía de su cama, muchas veces tan temprano
que algunas veces aún estaba oscuro, para irme a nuestra casa y cumplirte con
la cita del paseo matutino.
Qué
te puedo decir de lo que ha significado esto para tu tercera y última mamá… si entre
ustedes fue amor a primera vista. Tal vez porque sentiste siempre la fortaleza
de mi corazón palpitar cuando ella estaba cerca. Y claro, las veces que ustedes
compartieron solas antes de que ella fuera ella.
Pues
ahí estuvo, sosteniéndome la mano mientras yo me aferraba a tu pata y me
quedaba con tu corazón engarzado en el mío a la vez que te arrancaban de mí
alma.
Ese cuento
de humanizar los animales. No es tan sencillo de explicar, defender, censurar,
argumentar o desconocer. Encontré en ti más valor que el que les ha faltado a
muchas personas que he mal conocido. Solo diré eso. Y que me da miedo traer un
hijo a este mundo perdido, por eso prefiero los perros, son más agradecidos y menos vulnerables.
Ya me
he ganado juicios prematuros solo por repetir la frase de Vallejo: “¡Qué afán
de traer más putas y maricas a este mundo!”, y no soy homofóbico, y he
fantaseado siempre con una puta bien arrecha en mi cama. Lo primero nunca ha
sido un problema, lo segundo… pues la parte final de esa fantasía está
resuelta, voy a tener que empezar a dejarle a la novia dinero sobre el nochero a ver si no
me nace antojado el muchachito.
Te extraño
mucho mi moneca hermosa, un beso.
Medellín, 23 de septiembre de
2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario