miércoles, 23 de septiembre de 2015

Un beso para Brunelda

En un mes exacto espero estar cumpliendo 37 años, de los cuales me acompañaste 12 de ellos, exactamente hace un mes que te fuiste a tus 16. Estuviste conmigo una tercera parte de mí vida, eres la relación afectiva más larga después de mi familia.
Ahora recuerdo que siempre repito lo mucho que me sorprende la velocidad con la cual se nos va el tiempo llevándose todo lo que amamos. No lo digo por ti, tú partida fue una negociación en la que puedo decir que fui yo quien le ganó el pulso al tiempo: comprobé que es posible detenerlo, estacionarse en un punto y ver como todo pasa mientras uno flota, mudo, conteniendo la respiración abrazándose a lo inevitable, a la arremetida del atropello de lo incontenible. Así me aferré a ti y me habría quedado catatónico sosteniéndote la mirada e ignorando el afuera si vencido por mi egoísmo no te dejo ir.
Esta carta no es para ajustar cuentas, no te quedé debiendo nada, ni tú a mí. Te di las gracias por lo que me diste y yo te entregué una parte de mi alma que no podrá nada ni nadie devolverme. Te disfruté cuanto pude y así mismo hiciste lo propio. Diste lo que pudiste y fue suficiente. Dedicaste cada instante de tu vida a sanar mis heridas cuando las tuve, a hacerme feliz cuando fue preciso; desde tus alcances por supuesto, me mantuviste cuerdo cuando me fui y ahí estuviste también para abstraerme. Las cosas que me enseñaste no tienen valor, no pudiste eso sí, revivir mi confianza en el ser humano, y eso no es un reproche, al contrario, eso me ha permitido estar a salvo de muchas personas y principalmente de mí, que he intentado confiar de nuevo.
“Estamos perdidos, fracasamos como sociedad, el hombre que conocimos en los libros ha muerto, ahora solo queda la máquina, y la selfie maldita sea”, me veías escribir hasta el alba y tú ahí, velando mis insomnios, escuchando mis denuncias y reclamos, mis interlocuciones con Néstor en la Radio que no me respondió nunca, viéndome regar las matas, tararear canciones de Calamaro y sobre todo una, solo una de Sabina, balbucear entonaciones teatrales del poema eterno de Daniel Jiménez Bejarano, y enloqueciendo con el aroma adictivo del café. Solo te bastaba echarte a mis pies y ya estaba, obtenías tu paraíso: mi dedo en tu frente, una pelota de tenis, un mango biche, o solo un rinconcito de mi cuarto para verme dar vueltas mientras soñaba con ausencias buscadas, ganadas y castigadas.
Qué difícil resultó a mis escasos amores entender mi devoción por ti. Mi neurótico habito de alimentarte a horas exactas -6 aeme y 9 peeme- aunque fuera domingo; al igual que tus paseos cotidianos, los mismos que muchas veces les negaron la posibilidad de andar callejeando. “No puedo… ¿y quién va a alimentar y pasear la perra?”, se hizo mi Leit Motiv sin que me asaltara ninguna culpa. Más me dolieron las veces que tardé en llegar y tuviste que aguantar las ganas de ir al W.C.
“Eres pesimista de vocación y un inconforme por convicción, así que mueres poco a poco cada día”, me dijo una vez una amiga que tú y yo tenemos en común, a propósito, no le he dicho de tu partida, y que no vamos a poder presentarte con su hijo perruno Máximo. (¡Lo siento, Caro, por no contarte! Pero Peggy murió el 23 de agosto y me parece que el 26 cuando ya me estaba pasando el aturdimiento y algo reaccionaba se estaba celebrando el día del perro y no quise arruinarle a ningún amigo papá perruno su felicidad, menos a ti, que ese día vi en las fotos que celebrabas con tu loquillo).
No solo no le conté a ella de tu partida, mi Peggy, mi eterna Brunelda; a nadie le conté. Me llené de un sentimiento de vergüenza muy extraño. Como si yo fuera culpable de tu muerte por haber decidido que era justa para ti la “eutanasia humanitaria”, como amablemente lo denominó el médico veterinario. Me escondí de los vecinos que sabían que estabas en la clínica y que días antes habían preguntado por ti. Para pasear a Jerónimo madrugué y trasnoché para evadir las preguntas que me hicieran hablar de lo que había pasado. Mamá, que además estaba de cumpleaños la pobre vieja, me preguntó que “en cuál clínica era donde habían matado la perrita”, imagínate. Y yo vuelto mierda.
Jerónimo te extraña mucho. Ha adelgazado mucho, más de lo que es, ahora no parece perro salchicha sino un “cabanito” el pobre. Los primeros días de tu ausencia se deprimió mucho, te buscaba por la casa, te olía y sentía la presencia, así que limpié todo muy bien con lejía para que ya no estuviera extrañándote más, pero fue inútil. Afortunadamente Julie quiso llevárselo a su casa casi tres semanas, ella se va del país y quería despedirse de él, me pareció muy buena idea pensando que si cambiaba de ambiente se iba a entretener y no le harías tanta falta: regresó más flaco aún, ¡podrás creerlo!, pero por lo menos come, antes de irse estas tres semanas no estaba comiendo casi nada.
A tu primera mamá, Alejandra, le conté lo que había pasado y se puso muy triste, aunque me dijo una cosa muy bonita, algo así como que sabía que tu vida y partida había sido tranquila y feliz, pues habías tenido un papá chévere… en algo similar coincidió tu segunda mamá, Julie, que se le partió el corazón porque ella si sabe a ciencia cierta lo que para mí significabas, tal vez la que más sufrió mi amor por ti. Mira que de novios me salía de su cama, muchas veces tan temprano que algunas veces aún estaba oscuro, para irme a nuestra casa y cumplirte con la cita del paseo matutino.
Qué te puedo decir de lo que ha significado esto para tu tercera y última mamá… si entre ustedes fue amor a primera vista. Tal vez porque sentiste siempre la fortaleza de mi corazón palpitar cuando ella estaba cerca. Y claro, las veces que ustedes compartieron solas antes de que ella fuera ella.
Pues ahí estuvo, sosteniéndome la mano mientras yo me aferraba a tu pata y me quedaba con tu corazón engarzado en el mío a la vez que te arrancaban de mí alma.
Ese cuento de humanizar los animales. No es tan sencillo de explicar, defender, censurar, argumentar o desconocer. Encontré en ti más valor que el que les ha faltado a muchas personas que he mal conocido. Solo diré eso. Y que me da miedo traer un hijo a este mundo perdido, por eso prefiero los perros, son más agradecidos y menos vulnerables.
Ya me he ganado juicios prematuros solo por repetir la frase de Vallejo: “¡Qué afán de traer más putas y maricas a este mundo!”, y no soy homofóbico, y he fantaseado siempre con una puta bien arrecha en mi cama. Lo primero nunca ha sido un problema, lo segundo… pues la parte final de esa fantasía está resuelta, voy a tener que empezar a dejarle a la novia dinero sobre el nochero a ver si no me nace antojado el muchachito.
Te extraño mucho mi moneca hermosa, un beso.

Medellín, 23 de septiembre de 2015


No hay comentarios: